sábado, 28 de junio de 2008

Sus ojos, siempre sus ojos.

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Ella no era la típica chica guapa, pero sí mantenía ciertos rasgos en común con este tipo de mujeres: unas curvas de escándalo, unas manos bonitas, unas uñas muy cuidadas, mucho estilo al andar, incluso con aquellas sandalias de alza bastante elevada, un pelo que invita a enredar los dedos en él mientras la acaricias y una cara que era una auténtica delicia. En especial, sus ojos; aquellos dos luceros que mostraban a una mujer sincera, extrovertida, cariñosa, que sabía lidiar con los hombres... No, no era la típica chica guapa. Tenía mucho más; guardaba dentro de sus ojos un "algo" que la diferenciaba, y en mucho, del resto de mujeres que había conocido.
Observándola mientras se desenvolvía con los hombres, no era difícil ver cómo la inmensa mayoría la miraba antes a los pechos -sí, preciosos- que a la cara. Y eso a ella le hacía pícaramente sonreir; era como si pensara "vale, este tío es sólo uno más". Aún así, jamás la ví mostrar un comportamiento que faltara al respeto a esos embravecidos tipos que la noche se antojaba enviarle constantemente. Ella era especial. Y quizá por eso el día que me acerqué, sin quitarle la mirada, sin parpadear, sin dejar de leer en sus ojos, ella se ruborizó, por primera vez, ante aquel sencillo chico que sólo deseaba una cosa en el mundo: poder conocerla, poquito a poco, y quiza, sólo quizá, algún día hacerle el amor. Entonces le sonreí y ella me devolvió un tímido esbozo de sonrisa; supe que ambos podíamos lograrlo, y que aquello sin duda alguna sería un buen comienzo.
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-Él-

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