lunes, 21 de julio de 2008

La chica de los perros, parte 3 (dedicado)

[...]
Avanzábamos entre los árboles, cogidos de la mano, a la sombra de enormes pinos y discretos arbustos en flor. Ella andaba con paso firme, rápido, ondeando su oscura y larga melena mientras yo, como un pícaro chaval, observaba con detalle cada curva de su cuerpo; así, de espaldas, tenía una pinta estupenda -y un culo de lo más pecaminoso, todo sea dicho-.
El lago quedaba ya bastante lejos y nos acercábamos a la rosaleda, cerca del paseo central. Poco a poco dejamos atrás la zona más transitada y entramos entre unos arbustos que marcaban el inicio de una pendiente bastante empinada; a media altura había un matorral de unos dos metros y medio, bastante ancho además, y muy frondoso. Delante de aquella espesura ella paró, haciendo detenerse a ambos canes; Tico, mi perro, parecía estar más a gusto siguiendo las órdenes de aquella fémina que las de su propio amo que, para mi desgracia, era yo.

- Aquí es -dijo, girando sobre sí misma y dedicándome una picaruela sonrisa de niña pequeña.
- Pero... ¡Aquí nos va a ver todo el mundo! -dije, un tanto alarmado.
- No. No nos va a ver nadie porque... ¡Tachan!

Mientras terminaba la frase separó dos grandes y flexibles ramas, dejando a la vista una perfecta entrada al recinto más escondido y acogedor que jamás hubiera podido imaginar en el parque; aquel arbusto estaba completamente hueco por dentro, dejando un manto verde que cubría todo el suelo, muy espeso y mullido, convirtiendo ese espacio en el escondite perfecto para dos personas como nosotros. Era ideal.

- Ven conmigo. Quiero mi postre, aquí... -se sonrojó levemente y entreabrió los labios-. Y... Lo quiero... -noté cómo sus pupilas se dilataron y cómo se acercaba a mí-. Lo quiero ahora.

Aquella frase me excitó tanto que se me escapó una pequeña mordidita al labio inferior, mientras me acercaba a ella. La rodeé con mis brazos por la cintura y noté cómo sus pechos se apretaban contra mí. El tacto era tan delicioso que noté cierta presión entre las piernas. Pero no, no era momento de caer ante mis instintos más animales. Ahora era el momento de besarla...

[continúa en la parte 4]

viernes, 11 de julio de 2008

Solo, en la noche...

Solo.
Solo en la noche te imagino, pero no te veo.
Solo en la noche te busco, pero no te encuentro.
Solo en la noche...
Solo en la noche te deseo, pero no te tengo.
Solo en la noche mi cuerpo busca fundirse con el tuyo, pero no puedo.
Solo en la noche acudo a mi mente para imaginarte pero no me basta, no es real; así no lo quiero.
Solo en la noche, sobre la cama, desnuda, te quiero, pero me contengo.
Porque solo estoy, en esta fría noche de invierno.
Solo sin tí, solamente... Solamente te quiero.

- Él -

martes, 8 de julio de 2008

Desde aquí veo...

Aquí, arriba, desde las ventanas del ático; desde donde la luz del sol se refleja directamente sobre mi piel; donde mi torso, desnudo, capta el fresco aire de la media noche; desde aquí veo a los hijos del verano. Cuerpos y más cuerpos, deseosos de mostrar, de insinuar o de, sencillamente, rozar el límite entre ambas cosas. Todos ellos recorren las calles, disfrutan del buen tiempo y obligan a deleitarse a los ojos del pobre humano que, en su ignorancia, mantiene la vista pegada al suelo o a lugares más carnales del cuerpo de una mujer.
Ah, las mujeres... Cuerpos bonitos, todos ellos, cada uno con un "algo" especial. Sean como sean, cada una de ellas tiene un detalle que la convierte en única. Pero eso pasa a ser un tema secundario, ya que las hormonas se encargan de filtrar la valiosa información y guiar la mirada hacia el pecho, el culo o lugares que poco lugar dan a nuestra querida imaginación.
Desde aquí veo bien el ritual del "ataque y defensa", de "acoso y derribo" a que son sometidas -algunas de ellas provocando la situación para ponerse a prueba, o poner a prueba sus propios atributos-. Lástima. Porque si en lugar de olvidarse en un océano de vanalidades que acaban en un "ya te llamaré" optaran por adentrarse en una paradisíaca playa de "no me pienso separar jamás de tí", descubrirían todo un mar de sensaciones cálidas, acogedoras, llenas de una dulzura tal que sería capaz de hacerles olvidar hasta el calor del veraniego sol.

-Él-

La chica de los perros, parte 2 (dedicado)

[...]
Anduvimos unos incómodos segundos medio en silencio, sólo roto éste por los ladridos de los perros y un eventual “¡Tico, ven aquí!” que demostró mis flaquezas como entrenador canino.
Ella, la chica cuyo can mostraba una disciplina exquisita, me preguntó:
- Oye, ¿vienes a menudo por aquí?.
- Eh… Sí, prácticamente todos los días –dije, un tanto nervioso-.
- Pues no te he visto más que un par de veces.
Al decir aquellas palabras pude notar una pequeña sonrisa en sus labios; estaba claro que ella se había fijado en mí, al igual que yo en ella. A decir verdad, durante las últimas semanas había cambiado mi paseo diario frecuentemente, con el objetivo de encontrarme con ella. Pero, independientemente de qué hubiera hecho hasta la fecha, el caso era que ambos nos habíamos llamado la atención mutuamente. Eso era lo único importante en aquel momento, y la euforia sentida me llevó a decir, casi inconscientemente:
- Da igual. Cambiaba mi recorrido para ver si te encontraba.
Ella paró en seco –y su peludo acompañante también, como si fueran unidas ambas por un hilo invisible-. Entonces bajó levemente la cabeza, como mirando al suelo, sonrió de nuevo e inició la marcha, esta vez más rápido.
- Me… Me gusta oir eso. Lo cierto es que también he estado buscándote por aquí, con la cabeza donde quizá no debía –esta vez la que mostraba cierta timidez era ella-.
- Eso es… Es estupendo, porque… Porque… Bueno, ya sabes, yo… Te encuentro muy atractiva y… -las palabras no me salían. Había una especie de cable que evitaba que salieran de mi boca-. Y bueno, me gustaría… Me encantaría invitarte a esa cena.
- Me parece bien –noté un considerable cambio en su voz, más decidida-. Pero tengo una pregunta, antes de nada.
Aquella última frase vino acompañada de un grado de incertidumbre y nerviosismo típico de un quinceañero al que acaban de jugársela sus amigos, concertándole una cita con una chica que sabe que probablemente le diga que “no”.
- Qué... ¿De qué se trata? -dije, un tanto desconfiado.
- Quiero empezar por el postre... Pero quiero empezarlo ahora. Aquí. Contigo.

[continúa en la parte 3]

jueves, 3 de julio de 2008

La chica de los perros, parte 1 (dedicado).

[...]
Solía pasear a Tico, mi border collie blanco y negro, por el parque de El Retiro.
Aquel medio día de Mayo hacía bastante calor, y por ello decidí ponerme una ropa un poquito más cómoda. Además, así podría correr un poco, con Tico a mi lado, como solíamos hacer cuando llegaba el buen tiempo. Así que, una vez vestido y dispuesto, ambos partimos hacia el parque.
Al llegar me dí cuenta de que había muy poca gente, algo poco habitual pese a lo soleado del día. Y esas condiciones eran ideales para disfrutar del precioso espectáculo que ofrecía mi peludo amigo cuando correteaba arriba y abajo, arrastrándose por la hierba mientras acechaba a algún desvalido pájaro, o cuando saltaba los setos que bordeaban los numerosos caminos del parque.
[...]
Llevaba ya un rato corriendo y decidí parar. Además, así Tico podría refrescarse un poco bebiendo agua en la fuente, mientras empapaba mi camiseta con agua. Entonces la volví a ver.
Detrás de unos arbustos, hablando con una señora de cuarenta y tantos, estaba ella: una chica preciosa, alta, de ojos verdosos, morena... Con unas curvas muy pronunciadas, una cintura estrechita... Vestía con prendas oscuras: una camiseta de tirantes negra ceñida y una especie de mallas, también negras, que le llegaban por la rodilla; unas deportivas y las gafas de sol, que llevaba sujetándole el pelo mientras hablaba con la mujer completaban el atuendo.
Sonreía. No gesticulaba demasiado. Sus gestos, suaves pero seguros, me inspiraban una persona que sentía cada momento, que vivía la vida, que necesitaba incluso sentir el aire acercarse, rozar su piel y volver a alejarse.
Quedé embobado durante unos segundos hasta que Tico ladró. Y ella se giró y me vió. Parecía haberse quedado mirando a Tico y luego a mí. Se volvió a girar, se despidió de su compañera de charla y comenzó a caminar hacia mí mientras se bajaba las gafas de sol. Entonces me percaté de que a su lado, escoltándola como si de un guardaespaldas perfectamente sincronizado se tratara, caminaba un rough collie -recordaba a Lassie, aquella perrita de series y películas-. Ambas andaban con paso firme, erguidas, decididas. Y cuando llegó a mí paró, se levantó las gafas, sujetando de nuevo el pelo y me dijo, regalándome una sonrisa:
- ¡Hola!
- Ho... Hola -respondí.
- Imagino que es tuyo, ¿verdad? ¿Cómo se llama? Es que es precioso...
- P... Pues sí, es mío. Se llama Tico y somos buenos amigos. ¿Y la tuya?
- Se llama Mila, pero no es mía. Soy educadora y aprovecho para pasear a mis peludos alumnos cuando los tengo más o menos entrenados, para que vayan cogiendo confianza con el entorno y no se fijen en nada más que en quien les lleva de paseo. Es algo un poco complicado y no te quiero aburrir...
- No, no te preocupes, no me aburre. Además, este gruñón a veces necesita un poquito de mano dura, porque no me hace demasiado caso. Así que si aprendo algo que pueda aplicar con él...
- Bueno pues, si quieres -sonrió, y me pareció leer en sus ojos un pequeño brillo de picardía-, yo te puedo echar una mano. Los border collie son bastante buenos para entrenar. Y el tuyo, concretamente -miró a Tico y le acarició detrás de las orejas; éste devolvió la carantoña frotando el lateral de la cabeza en su pierna, como pidiendo más. Me dió un poco de envidia-, puede hacer cosas muy impresionantes, bien entrenado.
- Ah, pues entonces me parece que tenemos mucho de qué hablar. Por cierto, ¿cómo te llamas?
- Soy Ana, ¿y tú?
- Yo Luis, encantado.
Tras los dos besos de rigor me fijé en Tico, que devolvió la mirada como diciendo "¿en qué te estás metiendo, bribón?".
- Ana, entonces... ¿Cuánto costaría que este pequeñajo me hiciera un poco de caso?
- Bueno, pues... Creo que con un paseito ahora, una cena más tarde y... Y bueno, que me sigas mirando con esos ojos que guardan un toquecito de timidez, me daría por pagada.
-Va... Vaya, entonces no hay nada más que hablar -con argumentos así, tan decididos, lo mejor era dejarse llevar; y más teniendo en cuenta que era ella la que estaba sugiriendo una cita, sin hacer falta mi patoso uso del vocabulario para conquistar a una mujer-. ¡Eres una buena negociadora!
- ¿Es que lo dudas?
Se bajó las gafas, giró sobre sus talones y comenzó a andar; yo seguía parado.
- Vamos, ¿es que no me vas a pagar? ¡Recuerda que me debes un paseo, y me gusta cobrar por adelantado!
- Eh... Esto... ¡Sí, sí, claro! ¡Vamos Tico, vamos a andar un poco! Em... ¿Tico? ¿Dónde estás?
Pero me dí la vuelta y ví que Tico, el muy mamón, ya estaba siguiéndole a ella. Creo que fue entonces cuando sonreí; bajé también mis gafas de sol y aceleré el paso para alcanzarla.

[continúa en la parte 2]