sábado, 21 de junio de 2008

A las tantas de la madrugada.

A las tantas de la madrugada me siento sólo.
Aquí estoy, sentado, recién llegado de la cómo no típica fiesta previa al verano estudiantil. Mis ojos casi empiezan a cerrarse y yo pienso sólo en ella. Pienso en lo que mis manos anhelan, ansían, desean y necesitan: el tacto de ese cuerpo femenino que me transforma en un ser mejor y más feliz.
Son mis manos las que recorren su espalda cada noche cuando compartimos cama; son mis ojos los que, renunciando al más que recomendable sueño reparador, deciden embriagarse con la maravillosa vista de ella durmiendo sobre mi pecho, tranquila; son mis sentidos los que están centrados en ella, sus pálpitos, sus movimientos buscando un pequeño hueco donde seguir durmiento, aún entre sueño y sueño y sin llegar a despertar completamente. Y así pasan las horas cada noche que compartimos, ella durmiendo y despertando fresca y yo deleitándome con su sóla presencia sobre mi pecho. Cosa que, obviamente, tiene sus consecuencias a la hora de despegar lós párpados al día siguiente, de mañana.
Pero, ¿para qué dormir si con semejante regalo ya uno vive el mejor de los sueños? Y es que no hay nada, absolutamente nada, como tener abrazada a una mujer; una de esas mujeres con mayúsculas que te hacen sentir especial como hombre, y que descansan plácidamente contigo. Quizá sólo el despertar, cuando ella te dedica su primera sonrisa del día nada más abrir los ojos, pueda compararse con esa sensación que tú atesoras a esas horas, a las tantas de la madrugada.

-Él-

1 comentario:

Sandra dijo...

No te lo vas a creer Juanpa, estoy en el curro y he tenido q ir al baño corriendo para q no me vieran, se me han puesto los pelos de punta y no he podia evitar llorar...., increible!!!! solo decir q a todas las mujeres nos gustaria q nos quisieran asi, dame tu permiso para enviarle este trocito a alguien q podria ser especial.