martes, 25 de noviembre de 2008

"Gula"

Nota 2.- Velas y neones.

Me encantaba aquel ambiente. El interior de la sala estaba decorado en tonos oscuros, con decenas de luces rojizas de pared, iluminando levemente en unos sugerentes rojizos las paredes principales, e insinuando la localización de los reservados, mucho menos "llamativos".

La música estaba alta, como era costumbre en estos concurridos lugares donde a aquellos que no podíamos dormir durante la noche nos gustaba acudir.

El ambiente, mezcla de aquellos sonidos repetitivos y de ritmos marcados, junto con los tonos rojizos de las luces y los cuerpos exhibiéndose lujuriosamente, me excitaba. Siempre que pasaba las grandes cortinas que separaban el pasillo de entrada de la sala principal me paraba y observaba. Me erguía y miraba con una mirada de cazadora y media sonrisa mientras con la lengua saboreaba mis propios labios.
Él era más serio, más directo; no solía ser tan expresivo cuando estudiaba el ambiente. Y eso me encantaba. Tenía una mirada fija, decidida, contundente y muy, muy sexy. Con su larga melena oscura y sus anchas espaldas, con la mirada fija, estaba increiblemente sensual. Me ponía mirarle así, sin que él me viera, de reojo, justo antes de girarse, como siempre, y decirme:

- Querida, ¿ya has decidido?

Tenía esa deliciosa mezcla de hombre decidido y caballeroso que hacía que cualquier mujer cayera al instante en sus brazos -cosa que también me gustaba mirar-.

Entonces, cogiéndome la mano de una forma sólo habitual hacía décadas, me dirigía hacia nuestro reservado: el rincón privado más separado de los demás, al final de la gran sala.

Con paso tranquilo pero decidido atravesábamos la marabunta de gente sin molestarnos en ser molestados por los movimientos de los demás, que eran manipulados sin problema alguno -una gran ventaja de nuestra condición, sin duda-, hasta llegar frente a las aterciopeladas cortinas color vino.

Retirando una de las cortinas me cedía el paso, como siempre, mientras miraba a nuestro alrededor -siempre estaba alerta, en todos los sentidos e independientemente del lugar donde estuviéramos-. En ese momento, justo antes entrar, me gustaba volver a mirarle a la cara; era esa mirada de cazador la que me enamoró y que, aún hoy, tanto tiempo después, me seguía enamorando.

Él entró después y, al soltar la cortina, la ya familiar decoración cobró importancia: había una pequeña mesa circular con algunas velas, dos copas con vino bajo dos servilletas negras con el logotipo de la discoteca, y un pequeño recipiente de cristal rojo; rodeando a la mesa había un gran sofá en forma de "u" de tapizado a juego con el color de las luces exteriores que ocupaba las tres paredes del reservado. Y sobre éste y en el suelo, sujetos por pequeños recipientes y estrategicamente colocadas, más velas que iluminaban la esancia; por último, un par de altos candelabros que sostenían velas rojas que acababan de ser prendidas por el encargado del local. El lugar estaba preparado como siempre, y con una puntualidad exquisita. El escenario perfecto para lo que allí iba a suceder.

domingo, 23 de noviembre de 2008

"Gula"

Nota 1.- Oscura noche.

Era una noche cerrada. Una de esas noches en las que sólo la luz de una luna llena alumbra una oscura y adormilada ciudad.

Caminábamos por las vacías calles de las afueras, en busca de un lugar donde poder divertirnos. Él y yo, juntos. Pero esta vez teníamos un pequeño capricho: compartir la noche con algún alma solitaria que buscara experiencias diferentes, en grupo, con una pareja dispuesta a todo con tal de pasarlo bien.

Estábamos llegando al lugar en cuestión cuando, cruzando una pequeña plaza peatonal, un famélico perro salió a nuestro encuentro, gruñendo. Paramos en seco, mirándole. Por un momento el perro levantó las orejas, dejó de jadear y gruñir y empezó a retirarse, sin dejar de mirarnos fijamente a los dos. Se quejaba, como dolido, o quizá receloso, por algo. Dio la vuelta y salió corriendo, desapareciendo calle abajo. Volvimos a emprender la marcha y pronto llegamos a una gran puerta metálica, flanqueada por dos enormes gorilas que rozarían los dos metros de altura. Ambos vestían trajes negros, con camisa blanca y corbara negra, perfectamente situada en sus anchos cuellos. Pese a ser de noche vestían gafas de sol y unos discretos micrófonos que marcaban sus mejillas. Al acercarnos giraron levemente sus cabezas y siguieron nuestros pasos hasta que estuvimos frente a ellos. Eran enormes. Incluso junto a "él", que era fuerte y de anchas espaldas, los gorilas parecían dos enormes torres.

- ¿Qué desean los señores? -dijo el más alto-.
- Entrar -dije yo, con la voz suave-.
- Me temo que debo pedirles la invitación; hoy hay una fiesta privada en el interior del local -dijo de nuevo-.
- No tenemos entrada; ni la necesitamos. Apartaos -dije-.

Mirándoles fijamente noté cómo se movían y abrían las puertas, dejándonos entrar sin causar problemas. Así... Así me gusta que responda este tipo de basura; sin rechistar. No hubieran podido hacer nada, aunque hubieran querido, porque yo les controlaba. La midada de una fémina como yo era irresistible, y eso era algo que me encantaba poner en práctica con cualquier estúpido insensato y engreído que osara pensar en mí como un trofeo. No, conmigo no era posible jugar, a no ser que yo misma quisiera. Sólo le rendía cuentas a "él", como "él" me las rendía a mí. Ambos, pese a nuestra peculiar naturaleza, sentíamos la misma unión que el resto de los mortales. Una unión que gozábamos cada instante, cada noche que compartíamos dando rienda suelta a nuestras más oscuras fantasías. Y hoy, esta noche, sería una de las más intensas.

miércoles, 5 de noviembre de 2008

Una presentación simpática.

Hoy os traemos un trocito más de la historia. Aunque alguna vez lo he comentado por encima, lo vuelvo a poner. Me gusta cómo el chico, que se presenta un poquito torpón al principio, extrae una sonrisa de la chica nada más verla. Estas cosas que, cuando las haces -sobre todo sin darte cuenta-, son muy bonitas.

[...]

"Noté cómo la gente se levantaba a mí alrededor… Debía ser ya la hora del café. Pero no. Pronto noté una mano sobre mi hombro que requería de mi atención: era el jefe. Mientras quitaba los auriculares, y aún sin enterarme de lo que me decía por el alto volumen de la música, se apartó para dejar a la vista a la nueva incorporación. ¡Y menuda incorporación! Los ojos se me abrieron como platos al verla: una chica rubia, preciosa, escandalosamente guapa y… Bueno, la verdad es que no había visto algo así más que en las películas o, como mucho, sobre la plataforma de alguna discoteca, bailando al ritmo de la estruendosa música típica de las juergas nocturnas ibicencas.

Me levanté de golpe, como llamado por mi testosterona, lo que provocó que los auriculares se me cayeran al instante, dando un fuerte tirón a mis orejas. ¡Menuda sensación de ridículo tan espantosa! Mi cara debía parecer un cromo, porque la chica empezó a reír. Aquel dulce sonido se me antojó un tanto pícaro, como si lo hiciera en parte aposta."

[...]

-Él-

Aún así, te inspiras...

No eres escritor. Pero, ¿acaso se necesita un título para expresar lo que uno siente? No, no lo creo.
No eres poeta. Aunque intentas plasmar todo lo que piensas de una forma lo más armoniosa posible -aunque con cierto temor a que alguien lo lea-, acorde con la melodía que dictan los latidos de tu corazón.
No eres artista, pero lo que realmente te importa cuando lo intentas es plasmar un trocito de tí.
No eres famoso, y apenas te conoce gente. Y aún así no dudarías en gritar lo que sientes para que todo el mundo te escuchara.

No eres muchas cosas.Aunque hay algo que sí eres: eres tú mismo, y eso nadie te lo puede quitar. Haz lo que tu corazón, tu mente y tu alma te pidan; expresa todo eso que acumulas en tu interior de la mejor posible, pero sin renunciar a tu identidad, a esa pequeña "marquita" que te identifica y que impregna todo lo que haces, convirtiéndolo en algo único. Sé único. Sé tú mismo.

-Él-