martes, 10 de junio de 2008

En un rinconcito.

[...]
Y allí estábamos ella y yo; solitos, en penumbra, escondidos en el cuarto de mantenimiento; un trastero cutre y medio sucio, plagado de objetos de todo tipo. Fue en ese momento cuando me percaté de que, pese a que ya debería haberse relajado por la tensión inicial al escondernos en el cuartito, ella seguía jadeando. La excitación que ambos sentíamos, mezclada con un más que palpable toque morboso, hacía del momento algo único; algo que provocaba unos pálpitos muy, muy fuertes, como si nuestros corazones quisieran salir y unirse.
Ella me miraba, medio sonriendo, a una distancia prudencial; yo, sin embargo, no sabía qué hacer. Ella esperaba a que actuara pero, dada mi escasa experiencia en las cosas de mujeres, no podía imaginar qué esperaría de mí. Así que símplemente me acerqué y besé sus labios -bastante torpemente, por cierto, pero que la situación se encargó de transformarlo en un gesto simpático y patosillo-. Ella lo interpretó como el pistoletazo de salida de una carrera que iba a liderar -gracias a Dios, porque aunque excitadísimo, estaba muy verde en esto-.
Rápidamente puso sus manos al lugar donde días más tarde confesó que era objetivo de sus miradas: mi culo. el tacto de unas manos pequeñas, finas, de mujer sobre él me encantó, sobre todo porque me apretó contra su cuerpo con fuerza. Correspondí el gesto haciendo lo mismo y me incliné para besarle el cuello; esto debió gustarle, pues inclinó la cabeza hacia un lado mostrando el objetivo de mis labios, como diciendo "toma, come".
Poquito a poco fui descendiendo, como guiado por un instinto que afloraba poco a poco desde mi interior, quizá impulsado por el animal que todo hombre lleva dentro, y que recuerda las épocas de apareamiento de tiempos pretéritos donde todo era más fácil. Ella, como fémina dulce y delicada que era, corregía cariñosamente aquellos gestos excesivamente bruscos, enseñándome cómo tocar a una mujer.
[...]

-Él-

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