domingo, 23 de noviembre de 2008

"Gula"

Nota 1.- Oscura noche.

Era una noche cerrada. Una de esas noches en las que sólo la luz de una luna llena alumbra una oscura y adormilada ciudad.

Caminábamos por las vacías calles de las afueras, en busca de un lugar donde poder divertirnos. Él y yo, juntos. Pero esta vez teníamos un pequeño capricho: compartir la noche con algún alma solitaria que buscara experiencias diferentes, en grupo, con una pareja dispuesta a todo con tal de pasarlo bien.

Estábamos llegando al lugar en cuestión cuando, cruzando una pequeña plaza peatonal, un famélico perro salió a nuestro encuentro, gruñendo. Paramos en seco, mirándole. Por un momento el perro levantó las orejas, dejó de jadear y gruñir y empezó a retirarse, sin dejar de mirarnos fijamente a los dos. Se quejaba, como dolido, o quizá receloso, por algo. Dio la vuelta y salió corriendo, desapareciendo calle abajo. Volvimos a emprender la marcha y pronto llegamos a una gran puerta metálica, flanqueada por dos enormes gorilas que rozarían los dos metros de altura. Ambos vestían trajes negros, con camisa blanca y corbara negra, perfectamente situada en sus anchos cuellos. Pese a ser de noche vestían gafas de sol y unos discretos micrófonos que marcaban sus mejillas. Al acercarnos giraron levemente sus cabezas y siguieron nuestros pasos hasta que estuvimos frente a ellos. Eran enormes. Incluso junto a "él", que era fuerte y de anchas espaldas, los gorilas parecían dos enormes torres.

- ¿Qué desean los señores? -dijo el más alto-.
- Entrar -dije yo, con la voz suave-.
- Me temo que debo pedirles la invitación; hoy hay una fiesta privada en el interior del local -dijo de nuevo-.
- No tenemos entrada; ni la necesitamos. Apartaos -dije-.

Mirándoles fijamente noté cómo se movían y abrían las puertas, dejándonos entrar sin causar problemas. Así... Así me gusta que responda este tipo de basura; sin rechistar. No hubieran podido hacer nada, aunque hubieran querido, porque yo les controlaba. La midada de una fémina como yo era irresistible, y eso era algo que me encantaba poner en práctica con cualquier estúpido insensato y engreído que osara pensar en mí como un trofeo. No, conmigo no era posible jugar, a no ser que yo misma quisiera. Sólo le rendía cuentas a "él", como "él" me las rendía a mí. Ambos, pese a nuestra peculiar naturaleza, sentíamos la misma unión que el resto de los mortales. Una unión que gozábamos cada instante, cada noche que compartíamos dando rienda suelta a nuestras más oscuras fantasías. Y hoy, esta noche, sería una de las más intensas.

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