jueves, 3 de julio de 2008

La chica de los perros, parte 1 (dedicado).

[...]
Solía pasear a Tico, mi border collie blanco y negro, por el parque de El Retiro.
Aquel medio día de Mayo hacía bastante calor, y por ello decidí ponerme una ropa un poquito más cómoda. Además, así podría correr un poco, con Tico a mi lado, como solíamos hacer cuando llegaba el buen tiempo. Así que, una vez vestido y dispuesto, ambos partimos hacia el parque.
Al llegar me dí cuenta de que había muy poca gente, algo poco habitual pese a lo soleado del día. Y esas condiciones eran ideales para disfrutar del precioso espectáculo que ofrecía mi peludo amigo cuando correteaba arriba y abajo, arrastrándose por la hierba mientras acechaba a algún desvalido pájaro, o cuando saltaba los setos que bordeaban los numerosos caminos del parque.
[...]
Llevaba ya un rato corriendo y decidí parar. Además, así Tico podría refrescarse un poco bebiendo agua en la fuente, mientras empapaba mi camiseta con agua. Entonces la volví a ver.
Detrás de unos arbustos, hablando con una señora de cuarenta y tantos, estaba ella: una chica preciosa, alta, de ojos verdosos, morena... Con unas curvas muy pronunciadas, una cintura estrechita... Vestía con prendas oscuras: una camiseta de tirantes negra ceñida y una especie de mallas, también negras, que le llegaban por la rodilla; unas deportivas y las gafas de sol, que llevaba sujetándole el pelo mientras hablaba con la mujer completaban el atuendo.
Sonreía. No gesticulaba demasiado. Sus gestos, suaves pero seguros, me inspiraban una persona que sentía cada momento, que vivía la vida, que necesitaba incluso sentir el aire acercarse, rozar su piel y volver a alejarse.
Quedé embobado durante unos segundos hasta que Tico ladró. Y ella se giró y me vió. Parecía haberse quedado mirando a Tico y luego a mí. Se volvió a girar, se despidió de su compañera de charla y comenzó a caminar hacia mí mientras se bajaba las gafas de sol. Entonces me percaté de que a su lado, escoltándola como si de un guardaespaldas perfectamente sincronizado se tratara, caminaba un rough collie -recordaba a Lassie, aquella perrita de series y películas-. Ambas andaban con paso firme, erguidas, decididas. Y cuando llegó a mí paró, se levantó las gafas, sujetando de nuevo el pelo y me dijo, regalándome una sonrisa:
- ¡Hola!
- Ho... Hola -respondí.
- Imagino que es tuyo, ¿verdad? ¿Cómo se llama? Es que es precioso...
- P... Pues sí, es mío. Se llama Tico y somos buenos amigos. ¿Y la tuya?
- Se llama Mila, pero no es mía. Soy educadora y aprovecho para pasear a mis peludos alumnos cuando los tengo más o menos entrenados, para que vayan cogiendo confianza con el entorno y no se fijen en nada más que en quien les lleva de paseo. Es algo un poco complicado y no te quiero aburrir...
- No, no te preocupes, no me aburre. Además, este gruñón a veces necesita un poquito de mano dura, porque no me hace demasiado caso. Así que si aprendo algo que pueda aplicar con él...
- Bueno pues, si quieres -sonrió, y me pareció leer en sus ojos un pequeño brillo de picardía-, yo te puedo echar una mano. Los border collie son bastante buenos para entrenar. Y el tuyo, concretamente -miró a Tico y le acarició detrás de las orejas; éste devolvió la carantoña frotando el lateral de la cabeza en su pierna, como pidiendo más. Me dió un poco de envidia-, puede hacer cosas muy impresionantes, bien entrenado.
- Ah, pues entonces me parece que tenemos mucho de qué hablar. Por cierto, ¿cómo te llamas?
- Soy Ana, ¿y tú?
- Yo Luis, encantado.
Tras los dos besos de rigor me fijé en Tico, que devolvió la mirada como diciendo "¿en qué te estás metiendo, bribón?".
- Ana, entonces... ¿Cuánto costaría que este pequeñajo me hiciera un poco de caso?
- Bueno, pues... Creo que con un paseito ahora, una cena más tarde y... Y bueno, que me sigas mirando con esos ojos que guardan un toquecito de timidez, me daría por pagada.
-Va... Vaya, entonces no hay nada más que hablar -con argumentos así, tan decididos, lo mejor era dejarse llevar; y más teniendo en cuenta que era ella la que estaba sugiriendo una cita, sin hacer falta mi patoso uso del vocabulario para conquistar a una mujer-. ¡Eres una buena negociadora!
- ¿Es que lo dudas?
Se bajó las gafas, giró sobre sus talones y comenzó a andar; yo seguía parado.
- Vamos, ¿es que no me vas a pagar? ¡Recuerda que me debes un paseo, y me gusta cobrar por adelantado!
- Eh... Esto... ¡Sí, sí, claro! ¡Vamos Tico, vamos a andar un poco! Em... ¿Tico? ¿Dónde estás?
Pero me dí la vuelta y ví que Tico, el muy mamón, ya estaba siguiéndole a ella. Creo que fue entonces cuando sonreí; bajé también mis gafas de sol y aceleré el paso para alcanzarla.

[continúa en la parte 2]

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