jueves, 1 de noviembre de 2012

El baño del tercer piso

Hoy nos envía un texto Arin, una lectora que quiere compartir una historia bastante "intense". Aquí os la dejamos para vuestro deleite. ¡Y no olvidéis comentar!
Besos,
- Èl -

El baño del tercer piso


Aquella mañana ambos pensamos que ir a clase no era mejor opción que estar el uno con el otro. No eran ni las ocho y no había salido el sol aún. Como consecuencia de esto hacía algo de frío, el suficiente como para que decidiéramos refugiarnos entre las cálidas paredes de su facultad. Cogidos de la mano nos recorrimos todo el edificio mientras el explicaba la localización de cada lugar importante, como la biblioteca, la cafetería, el comedor, la reprografía... A mí se me antojaba una estructura laberíntica, casi incomprensible, pero él me guiaba de la mano con su infinita paciencia y su eterna sonrisa y yo me dejaba llevar y sonreía, contagiada.
Me enseñó su clase y después subimos al tercer piso donde nos sentamos en un banco del pasillo enfrente de las escaleras que acabábamos de subir. Era tan temprano que el largo corredor se encontraba totalmente desierto. Acurrucados en el asiento comenzamos a entablar conversaciones triviales, tan comunes que ya no recuerdo de qué trataban. Tampoco sé cómo él acabó diciendo:
-¿Te acuerdas de aquel baño de mi facultad que te dije en el que nunca entraba nadie? -preguntó con una sonrisa pícara. Sonreí adivinando sus pensamientos.
-Sí -contesté bajando la mirada.
-Y... -susurró en mi oído-, ¿te acuerdas de que te comenté que una de mis fantasías era...?
Sí, me acordaba. Me di cuenta enseguida de que, con mucho disimulo y descaro, me había conducido hasta una trampa, como un ratón que puede quedar atrapado en una ratonera por un trozo de rico queso.
-Sí, me acuerdo -contesté inocentemente, preguntándome a mí misma si sería capaz de dejarme atrapar por ese suculento queso.
-Pues el baño es ese de ahí -comentó poniéndose de pie y señalando con un gesto de su cabeza a los aseos pegados a la escalera, sin dejar de sonreír.
Por supuesto, yo ya había adivinado ese pequeño detalle. Me fijé bien en los baños. Aunque no habían carteles que señalizaran el género al que pertenecían, uno de los cuartos tenía los azulejos de color azul (por lo que deduje que era el de hombres) y el otro naranja (por exclusión, el de mujeres).
Él tendió su mano delante de mí, con esa sonrisa suya tan atractiva, y yo se la cogí como hipnotizada pero con ganas de reír. Al colocarme de pie frente a él, puso sus manos en mi cintura pegando su cuerpo al mío y me besó apasionadamente. Yo respondí a su beso sintiendo que sus ganas eran también las mías. Al separarnos miré sus ojos color chocolate y me sentí insignificante y pequeña a su lado: era la intensidad con la que su mirada gritaba «¡te deseo!» la que me intimidaba así. Mi mente, mi cuerpo y mi alma gritaban «¡Tú también lo deseas!», pero mi cabeza me advertía de forma sensata «Esto es una locura» y fueron esas las palabras que salieron de mi boca.
-Espera, podría venir cualquiera.
Me volvió a besar con la misma intensidad.
-No va a venir nadie.
-Esto es una locura. Tú estás loco.
-Estoy loco por ti-. Y fueron sus labios, apretados contra los míos, su lengua, que recorría mi lengua apasionadamente, su cuerpo, su calor, sus manos, que nunca me dejarían ir… Fueron todas esas cosas las que me hicieron reaccionar.
En ese momento lo todo muy claro. «¡Qué carajo!» , pensé, «Vale la pena morir por ese trozo de queso». Y a la señal de mi sonrisa me guiñó un ojo y, después de mirar bien hacia ambos lados del pasillo para asegurarse una vez más de que no había nadie, me tomó por el brazo y los dos nos metimos apresuradamente en el baño azul.
Nos encerramos en el cubículo más amplio de los dos retretes que había y cerramos rápidamente la puerta con el cerrojo. Miramos a la puerta conteniendo el aliento y nos miramos.
Una parte de mí estaba segura de que aquello era una locura. La otra parte de mí estaba segura de que era una de esas locuras que sólo ocurren una vez en la vida y se recuerdan para siempre. Y supe que desde aquel momento, él iba a estar siempre en mi mente.
A partir de ese instante quedé convencida. Ya estaba dentro, dispuesta a hacer con él lo innombrable en aquel lugar prohibido. Me dejé llevar por la emoción y aquel vasto retrete se convirtió para mí en el templo del morbo. Sentí muchas cosas en ese momento que nunca le dije, porque la regla general era no romper el silencio: en caso de que viniera alguien no era adecuado que nos descubrieran.
Soltamos a la vez nuestras mochilas en el suelo y nos acercamos para besarnos con pasión. Me colocó contra la pared mientras nuestras lenguas luchaban ferozmente en un beso húmedo y nuestras manos leían el cuerpo del otro. Las de él agarraron firmemente mi trasero empujándome contra su cuerpo y las mías correspondieron clavándose en su espalda. Notaba su excitación desde su pantalón hasta mi pubis así que bajé mi mano derecha para dejarle claro lo que quería. Localicé fácilmente su miembro y lo acaricié incitando a un contacto directo. Su respuesta fue muy rápida y su mano también bajó a mi entrepierna. Yo reprimí un gemido y en un momento de debilidad dejé que él me tocara por todas partes mientras yo estaba cada vez más ansiosa. Mientras me besaba el cuello y el escote fue retirando un poco el sujetador para que su lengua pudiera llegar a mis pechos. El contacto de su lengua húmeda en mi pezón me volvió loca. Me lancé a desabrocharle el cinturón mirándole a los ojos e intentando decirle con la mirada: «No aguanto más. La necesito dentro. AHORA». Y él captó mi mensaje enseguida.
Cuando ya había separado el cierre de su cinturón, él estaba bajándome los pantalones. Saqué solo una pierna, lo suficiente para que saliera la tanga y para vestirme después rápidamente en caso de huída. Después sus dedos buscaron mi clítoris por encima de la fina tela de seda de mi ropa interior y yo estaba tan caliente que volví a tocar su sexo, esta vez soltando un jadeo apenas audible junto a su oreja. Esto tuvo mucho efecto ya que metió su mano para rozarme directamente la piel casi con ansia. Lejos de pararme a disfrutar de aquel dulce contacto, sus dedos despertaron todas las ganas de sexo que tenía y que podría tener así que lo separé de mí, le bajé los pantalones y me arrodillé para besarle por encima de sus bóxers. Él colocó una de sus manos en mi cabeza y supe que eso le gustaba, pero también supe que quería más. Saqué su miembro por encima de sus calzoncillos, ya totalmente erecto, para pasar mi lengua por él, lenta y sensualmente, mientras le miraba desde abajo con una pícara sonrisa. No estuve así mucho rato, porque él mismo me levantó y se agachó, me retiró la tanga, me abrió las piernas y comenzó a pasar su lengua por mi clítoris.
Noté que mi respiración se aceleraba y el placer era tal que tuve que meterme el dedo índice en la boca y morderlo suavemente para no gritar. Ese gesto, igual le encantó. Sus labios fueron ascendiendo en una escalera de besos apasionados por mi abdomen y mi pecho hasta llegar a mi pálido cuello, donde me mordió con suavidad mientras pegaba todo su cuerpo al mío. Lo conduje hasta el retrete (afortunadamente limpio) e hice que se sentara… para luego sentarme yo encima, cara a él. Esta vez tenía yo el mando, así que cogí su sexo y lo introduje dentro de mí. Después de ese momento, ambos enloquecimos. No hace falta relatar los detalles: basta decir que fue tan frenético como planeado, tan dulce como violento, tan morboso como prohibido, tan especial como siempre. Yo, agarrada a su cuello y moviendo mi pelvis rítmicamente sobre él, jadeando en su oído y tirándole por el pelo sin llegar a hacerle daño. Él, con sus manos en mis nalgas, dándome el ritmo y todo el amor, penetrándome ferozmente mientras me besaba por todas partes a donde su boca llegaba. Nos miramos a los ojos y dijimos todo aquello que el silencio ocultaba para no morir. Y sonrió.


De repente, me cogió en peso para colocarme de pie y me puso cara a la pared, empotrándome contra ella, situándose tras de mí. Y mientras me la iba metiendo despacio por detrás sus manos me tocaban todo el cuerpo. En el momento del orgasmo, el orgasmo más silencioso que he tenido nunca, cuando mis uñas resbalaron por los azulejos azules y mi cuerpo se estremeció de pies a cabeza, él aprovechó para terminar dentro de mí, abrazándome la cintura y soltando una respiración muy profunda, como modo de represión de su último gran gemido, para después besarme en mi boca entreabierta, la puerta de ningún sonido.
Cuando acabamos nos vestimos apresuradamente y él abrió la puerta para ver si había alguien fuera. Con un gesto me indicó que saliera rápido. Una vez en el pasillo respiré tranquila. Nadie. Absolutamente nadie. Nos miramos sonriendo y, aunque ya no había ninguna duda de lo enamorada que estaba de él, pensé en decirle “te quiero”.
-Te amo -susurró él adelantándose  mientras me besaba en la frente sonriendo.
-Yo a ti más -sonreí. Y agarrados por la cintura abandonamos el tercer piso, donde hay un baño que vio mucho, escuchó poco y que, sobre todo, nunca dirá nada, compartiendo así un secreto único entre él y yo.

- Arin.

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