lunes, 12 de septiembre de 2011

Noche en la piscina del hotel

Él y yo estábamos en nuestras vacaciones de verano. El hotel donde nos alojábamos era pequeño, modesto, pero no necesitábamos más; nos teníamos el uno al otro. Y aunque las vacaciones se supone que son para descansar, lo cierto es que no nos habíamos separado ni un sólo segundo desde que soltamos las maletas y cerramos la puerta, nada más llegar.

Era de noche; una noche cerrada, oscura por la ausencia de luces en los alrededores del edificio. Quizá también la falta de clientes por lo retirado del lugar hacía que fuéramos pocos los que nos alojábamos allí, pero el encanto era indiscutible. Incluso con tan poca luz y el mar cerca una se sentía relajada, lejos de la tensión que suele venir desde la gran ciudad y que lleva unos días olvidar.
Paseábamos juntos, cogidos de la cintura. Él vestía un pantalón corto y camiseta, con zapatillas deportivas; yo llevaba una camiseta de tirantes, una pequeña falda que le encantaba y una chaqueta finita contra el fresquito nocturno. Los dos llevábamos el bañador debajo por si nos apetecía darnos un baño en la playa, de noche. Pero aquel día no surgió y volvimos al hotel tras un rato de mirar las olas ondear sobre la superficie del mar a la luz de la luna llena.
Cuando entramos en el recinto del hotel, él se paró.

- ¿Qué pasa?
- Nada. Es sólo que... -se puso detrás de mí y, abrazándome, señaló la piscina que se entreveía por el lateral de la fachada del hotel y abarcaba casi toda la zona trasera del recinto- ¿Te has fijado cómo el agua está completamente en calma, como si fuera un espejo?
- Sí. Es bonito. -dije, cogiéndole de las manos.
- ¿No dan ganas de meterse en el agua?
Mientras terminaba esta frase, una de sus manos retiraba el pelo de mi cuello.
- Pues... -comenzó a besarme en el cuello muy, muy despacito-. Pues sí, la verdad es que... Sí que dan ganas de meterse en el agua. Pero la piscina está... -mi respiración se volvía más profunda a medida que sus besos eran más largos y sensuales-. La piscina está cerrada y no hay nadie.
Paró de besarme y susurró a mi oído:
- ... Por eso.

Me dí la vuelta y ví sus ojos penetrando en los míos; leí en su cara esa sonrisa cuyo mensaje tanto me gustaba, y no pude evitar sonreirle mientras ponía un mechón de pelo tras la oreja para verle mejor, y porque sabía que aquel gesto le volvía loco.
Le dí la mano para que él me guiara. La cogió dulcemente y me llevó a la piscina, que se escondía tras unos pequeños árboles entre los que era fácil pasar... Y que te vieran.

- ¿Has traído el bañador? -dijo, quitándose las zapatillas.
- Sí, claro.
- Yo no -al decir esto volví a ver cómo sonreía justo antes de quitarse la camiseta. Estaba segura de que lo tenía todo planeado; quería llevarme allí y había esperado el momento oportuno y la noche perfecta para hacerlo-.

Alcancé a ver cómo se metía entre los árboles y miraba el agua justo desde el borde de la piscina. En aquella posición la luna dibujaba el perfil de su cuerpo perfectamente, marcando su silueta en un sensual color negro. Dejó su pantalón corto a un lado, se giró para mirarme y, justo antes de dejarse caer en la piscina, dijo:

- Te espero en el agua.

Me quité la chaqueta y dejé caer la falda mientras me acercaba a él; al llegar al bordillo me quité la camiseta y la lancé hacia atrás. Me senté allí con las piernas dentro del agua, que estaba un poco fría. Justo en ese momento emergió él, separó mis piernas con delicadeza y se quedó mirándome mientras sonreía.

- Que, ¿no te metes? Está buenísima.
- Sí, pero está un poco fría.
- Ven conmigo; te garantizo que conmigo no vas a tener nada de frío.

Me deslicé, entrando poco a poco en el agua por el pequeño hueco que él me dejaba entre la pared de la piscina y su cuerpo. Mientras entraba en el agua, además de sentir el frío, notaba cada forma de su cuerpo, desde el pecho hasta los pies. Pero como sabía lo que pretendía, no iba a quedarme de brazos cruzados: saqué pecho discretamente y le rocé el torso con él. Esto era juego de dos y no iba a dejarme ganar así como así. Me sumergí completamente para mojarme el pelo y, al subir, me encargué de volver a rozarme con él y noté cómo respiraba hondo; le había gustado.

- Vaya, una preciosa sirena acaba de salir del agua.
- Qué tonto eres -dije, sonrojándome-.
- Tú me pones tonto, ¿sabes?
Diciendo esto se pegó a mí, empujándome poco a poco contra la pared de la piscina y acercándose a mí para besarme. Justo antes de hacerlo ví cómo cerraba los ojos y entreabría un poco los carnosos labios que tenía. Los cerré también y nos besamos. Estuvimos saboreando nuestros labios durante segundos, minutos... Perdí la noción del tiempo. De repente noté que algo tiraba del nudo de mi bikini, lo desató y este quedó flotando en el agua; sin dejar de besarme, lo cogió y lo retiró, lanzándolo fuera del agua.
Sus manos bajaron poco a poco por mis hombros, después por mis brazos hasta las caderas, y uno de sus brazos me rodeó la cintura. Me apretó contra él y yo, para demostrarle que iba en serio también, enrollé las piernas alrededor de su cadera. Notaba cómo cada segundo crecía su excitación e, instintivamente, empezaba a moverse rítmicamente sobre mí.
Pasó su mano por mi nuca mientras me besaba en los labios; giró mi cuello un poquito y siguió por él, deleitándose milímetro a milímetro con mi piel mientras avanzaba hacia el hombro.
La otra mano, traviesa, se perdió en mi cintura y empezó a bajar hacia la cadera, bajando la parte inferior del bañador. Solté mis piernas para que me lo pudiera quitar. Y quedó allí abajo, en el agua, perdido. Volví a enrredarme con él; ahora estábamos los dos completamente desnudos. No había nadie, todas las luces de las habitaciones estaban apagadas; la luna llena iluminaba el agua y nuestros cuerpos desnudos no podían estar más juntos. Ambos nos deseábamos con pasión.
Con una mano le acaricié la espalda y, con la otra, me mantenía sujeta a su fuerte cuello, sin parar de besarle. Noté cómo una de sus manos acariciaba mi muslo por la zona exterior... Y poco después pasaba a la interior. Empezó a tocarme con esa suavidad y ritmo que sabía que me gustaban; dejé escapar un pequeño gemidito, que tuvo una intensa reacción en su cuerpo. Unos minutos después podíamos escuchar cómo el agua seguía el vaivén de nuestros cuerpos y así estuvimos, perdiendo la noción del tiempo, mientras la respiración de los dos se perdía en el eco de las olas del mar. En un momento imposible de situar en el tiempo, la luz de una de las habitaciones se encendía y el sol aclaraba el cielo desde el horizonte, donde cielo y mar se juntan y forman un sólo ser.

- Él -

No hay comentarios: