martes, 7 de abril de 2009

Una ducha muy intensa.

[...]

Cogí la toalla y la anudé alrededor de mi cintura. Quité mi camiseta, que era lo único que me quedaba de ropa puesta, y la dejé caer sobre la cama. Me alboroté el pelo y salí hacia el cuarto de baño para darme una ducha.

Era una noche bastante cerrada. A esas horas ya poco quedaba por aprovechar salvo darse una buena ducha, prepararme un vaso caliente de leche y esperar a que el sueño apareciera por sí sólo.

Entré en el cuarto de baño. Alcé la vista para mirarme en el espejo y, como prácticamente todos los tíos, evalué mi forma física. Iba mejorando, especialmente desde que me apunté al gimnasio y, sobre todo, me mentalicé a hacer realmente algo, más que hablar hasta por los codos.
De repente tuve consciencia de esa sensación, ese "calor" particular que uno nota "ahí abajo" cuando está especialmente receptivo. Eso que uno siente, y que trata de controlar cuando trata con una chica para pensar "con el cerebro de arriba".

Abrí la puertecita de la ducha y giré la manivela del agua caliente. Mientras veía de reojo cómo empezaba a empañarse el cristal del espejo, deslicé el pulgar bajo el nudo de la toalla que llevaba puesta. Presioné y la toalla se aflojó, cayendo al suelo. Mientras se deslizaba, notaba cómo acariciaba mi piel por todas partes. Instintivamente cerré los ojos e inspiré. Me encantaban las caricias suaves, aunque fueran de una inerte toalla. Mientras levantaba un pie para zafarme de ella y entrar en la ducha, noté cómo estaba un poquito "animado", pero no le dí mucha importancia. Así que me coloqué bajo el chorro de agua, cerré la puerta y comencé a mojarme por todo el cuerpo. Palpaba para encontrar la esponja, pero ésta no estaba. En ese momento recordé cómo la noche anterior pasaba a mejor vida y acababa en la basura, y cómo pensé en reponerla a la noche siguiente. Tarde. Ya era tarde para salir y buscar una nueva, así que opté porque mis manos ejercieran de esponja.
Puse mi cara justo bajo el chorro de agua. Estaba caliente, muy caliente, como me gustaba ducharme. Cerré los ojos y me concentré para sentir cómo el agua recorría todo mi cuerpo: desde la cara, bajaba por el cuello... Poco a poco ondeaba por el pecho, y continuaba por el torso que, desnudo, no ofrecía resistencia alguna al agua. Llegaba a la cintura, a la zona púbica, descargaba su calor ahí y se deslizaba por las piernas. Sin casi ser consciente de ello empecé a respirar más y más profundamente. Notaba cómo crecía, incluso sin tocarla, por el roce del agua. Apoyé las manos en la pared, y separé las piernas. Me quedé en aquella postura unos segundos, disfrutando de esa sensación. Era como si el agua marcase los besos de unos calientes labios, que recorrían desde mi boca, pasando por el cuello, besando el pecho, el torso... Hasta abajo. Era algo contínuo, que sentía por todas y cada una de las partes, al mismo tiempo.
Empezaba a sentir la respiración, cada vez más profunda, conforme ese cosquilleo se transformaba en una suave excitación. Sin pensármelo dos veces, giré la llave del agua para darle más presión. Me separé un poco para que el chorro recorriera el torso y siguiera bajando. Mis labios se entreabrían mientras, con los ojos cerrados, me concentraba en esa sensación, como si recorrieran mi cuerpo con unos labios llenos de pasión. Al llegar el chorro a presión abajo, levanté la cabeza, aún con los ojos cerrados, y saboreé cómo deslizaba el agua por todo mi ser. Notaba las sutiles contracciones cada segundo, y mi corazón latiendo cada instante más fuerte, enviando sangre para ponerlo a tono.
Sin darme cuenta, una mano se deslizó hacia abajo. Involuntariamente, y provocado por unas crecientes ganas de sentir más intensamente el cosquilleo, mi mano bajó y comenzó a acariciarla.
Subiendo y bajando con la yema del dedo índice, la primera caricia me produjo una sensación cálida, que hizo que me relajara más. El dedo subía y bajaba, y cada vez rozaba con más fuerza, hasta que el resto de dedos se unieron y acabaron por agarrarla. Lentamente, frotaban arriba y abajo, pero con intensidad. Y en ese momento se me escapó un pequeño gemido, ahogado por el ruido del agua golpeando sobre mi cuerpo.
Seguí con las caricias mientras, con la otra mano, acariciaba mi torso mojado. Ahora respiraba profundamente, e imaginaba cómo envolvía el cuerpo de una mujer "sin cara definida" con el mío. Estábamos en la cama, tocándonos, acariciándonos, besándonos. Poco a poco la fuerza con la que la cogía crecía, y el recorrido de las caricias se hacían más y más pronunciados. La otra mano rozaba los alrededores, con lo que las sensaciones eran más intensas a cada momento.
Me aceleraba, y cada vez más. Empezaba a desear llegar al clímax, a sentir esos segundos de profundo placer. La respiración se transformaba en gemidos, y esos gemidos entraban dentro de mi mente, avivando la creciente llama de la imaginación. Estaba con aquella chica y lo estábamos haciendo.
De repente, el cosquilleo se hizo más fuerte, símbolo de que el orgasmo estaba cerca. Bajé la velocidad de mis movimientos, de modo que el deseo aumentara,y noté cómo "llegaba". Las contracciones fueron tan explosivas, que mi cuerpo se encogió, como si me estuvieran golpeando en el estómago. Toda posibilidad de gemir fue automáticamente ahogada. No podía ni siquiera respirar por la fuerza que llevaba el orgasmo. Durante esos segundos no podía hacer absolutamente nada más que rendirme al placer, sin parar de acariciarme.
Conforme se iba relajando, la consciencia volvía a mi cabeza. Entonces abrí los ojos, respiré hondo, y sonreí. Y, justo antes de continuar con mi ducha, besé a la chica de mi fantasía.

-Él-

1 comentario:

Anónimo dijo...

guau! Ha sido increible, me ha puesto hasta a mí. Es genial y me da mucho que pensar e imaginar...