lunes, 15 de septiembre de 2008

La chica de los perros, parte 4 y final (dedicado)

Entonces la besé. Y sentí algo tan intenso, tan cálido, que sin quererlo abrí los ojos igual que los abre un niño, despierto de repente, abrumado por una sorpresa, por una sensación nueva que no sabe cómo ni dónde catalogar. Símplemente, me abrumó. Ella, aquella chica que prácticamente acababa de conocer, era capaz de besar de una forma tal que todos los besos de mi vida, aquellos que otras chicas me habían dado, desaparecieron por completo de mi mente. Pero lo más impactante de aquello fue que ella, aunque sólo fue por un segundo, también se paró; se detuvo, como sintiéndose parte de la misma sensación, y después continuó con aquel suave presionar de sus labios contra los míos.
Yo había vuelto a cerrar los ojos para centrarme en las sensaciones que me embriagaban en ese momento, y casi me sobresalté al notar sus manos rodeando mi cintura. Ella tomó la iniciativa y yo, que quería cuidar aquello al detalle y no estropearlo soltando mis instintos más animales, dejé que hiciera.
Pasó las manos por mi espalda, arriba y abajo. Yo la abracé. Ella, al ver entonces su iniciativa correspondida, bajó las manos hasta donde la espalda pierde su nombre. En aquel sitio se entretuvo acariciándome, agarrándome, casi clavándome las uñas, para presionarme contra ella.
Aquella sensación me dio un poquito de reparo porque, como estaba "animado", me dejaba vendido ante lo que ella pudiera notar de mí.
Cuando el roce fue inevitable y ella percibió mi creciente calentón, sonrió sin separar los labios de los míos y sin abrir los ojos, como satisfecha, y comenzó a levantarme la camiseta. Yo levanté los brazos. Dejé que hiciera aquello porque, además de ser intensamente calenturiento, provocaría el desboque de mis instintos más sexuales.
Al quitarme la camiseta la lanzó al suelo; noté cómo uno de los perros -no sabía ni me importaba cual- se enzarzaba con ella, jugueteando.
Bajé mis manos recorriendo su perfil por ambos lados. Aquella cara tan dulce, tan suave, era una delicia. Llegué a la cintura y con una mano la rodeé, con fuerza, atrayéndola contra mi -ahora desnudo- torso. Ella se dejó hacer esta vez y eso me gustó. Así que decidí continuar besándola de nuevo, acariciándola con una mano la nuca mientras jugueteaba con la goma de su coleta para soltarle el pelo; con la otra mano me las apañé como pude para empezar a levantar su camiseta. Y ella, que vio que era un tanto complicado para un chico demasiado acelerado y un poquito patoso como yo, me susurró al oído:
- Es... Espera. Ya lo hago yo.
Se la notaba muy acelerada, como entrando en un estado de deseo y ansiedad por abalanzarse sobre su presa que, por suerte, era yo.
A unos centímetros de mí se empezó a levantar la camiseta con ambas manos, cruzando los brazos por delante de su esbelto cuerpo y sacándose la camiseta; las vistas no podían ser mejores. Llevaba una ropa interior deportiva y no pude evitar mirarla y, por supuesto, desear quitársela. Ella mi miró, se miró allá donde yo observaba y se pegó a mí.
- ¿Quieres que me lo quite? -dijo sonriéndome, casi rozando mis labios y mirándome primero a la boca y después a los ojos.
- S... Sí, claro que sí.
Se pegó completamente a mí mientras notaba cómo iba quitando las tiras del sujetador hasta llegar al punto en que sólo la presión entre su pecho y el mío lo mantenían en su sitio. No podía soportar el no sentirla así, sin nada de por medio, así que levanté la mano y, sin dejar de sonreirla mordiéndome el labio, tiré poquito a poco del sujetador hasta que, rozando ambos torsos, se separó de nosotros. El gesto le gustó, puesto que estaban completamente turgentes y sus mejillas se habían tornado de un rojo suave -lo que hacía que fuera más adorable si cabe-.
Cuando quise reaccionar noté cómo pasaba su mano por mi pantalón, deslizando arriba y abajo lentamente por la parte delantera, mientras la otra mano desabrichaba hábilmente el primer botón de los vaqueros que llevaba puestos. Me estaba poniendo realmente caliente y ya no podía aguantar más aquello.
Acaricié su espalda con la simple excusa de llegar a su culito y empezar a bajar sus ajustaditas mallas y dejarla a mi merced. Entonces ella me sorprendió metiendo la mano entre el pantalón y mi ropa interior; se me escapó un pequeño gemido y abrí los ojos de nuevo. Pude ver cómo su cara, de ojos cerrados y mordiéndose el labio inferior -como cuando una niña pequeña disfruta de un rico y dulce helado que le acaba de comprar su padre y le pareciera el más rico del mundo-, disfrutando del momento. Ella tenía ganas, tantas como yo, de que nos tomáramos mutuamente.
Deslicé sus mallas hacia abajo y se las quité junto con la ropa interior. Ella entonces tiró de mis pantalones hasta eliminarlos de la ecuación que ambos formábamos e hizo lo mismo con los boxers que llevaba debajo. Tiró de mí hacia abajo y nos tumbamos sobre la hierba. A aquellas alturas ella podía notar perfectamente que estaba muy caliente -y yo también cómo ella estaba receptiva al acercarla entre sus piernas mientras nos tumbábamos.
Nos quedamos así durante unos segundos, mirándonos, y nos sonreimos. Aquello era bonito, realmente bonito, y no quería que acabara jamás. Deseaba tomarla en el parque y quedarnos así horas, días. Todo el tiempo que durara la eternidad.
Pero justo entonces se escucharon ladridos de perros a la entrada de nuestro peculiar fortín y, llamados por la naturaleza canina, nuestras mascotas respondieron con sendos ladridos. Oimos entonces cómo se acercaba gente, llamando a sus perros:
- ¡Roco, ven aquí! ¿Qué pasa? ¿Qué hay ahí?
Nos miramos, sorprendidos, y nuestras caras cambiaron por completo. Nos levantamos y empezamos a vestirnos a toda prisa mientras buscábamos cada prenda de ropa. Ella buscaba su camiseta y, al darme cuenta de que no la encontraba, dejé de vestirme y ayudé en la búsqueda. Pocos segundos después la localizamos colgada de una rama un poquito escondida. La alcancé, se la dí, y seguimos vistiéndonos.
En cuestión de unos segundos estábamos perfectamente vestidos, mientras notábamos cómo unas manos empezaban a separar los arbustos.
No pudimos evitarlo y nos miramos, más calmados ahora -una vez con toda la ropa colocada en su sitio- y me dijo, justo antes de que apareciera el dueño de uno de los perros por entre las ramas:
- ¿Esta noche me darás el resto del postre?
Le guiñé un ojo como confirmación y ambos miramos a la señora que empezaba a emerger de entre las ramas. Ella la saludó -debía conocerla del propio parque por coincidir con los perros durante los paseos diarios- y yo volví a mirarla. Con un poquito de suerte, además del postre podríamos compartir desayuno a la mañana siguiente.

Dedicado a Andrea.

-Él-

3 comentarios:

Andrea dijo...

Toma ya! Sé que no es un comentario muy sensible...pero acabo de leerlo y necesito asimilar...
Aun así...me ha encantado y añado que gracias a esa musa que tienes que te ha inspirado...

un besito enooormeee

Andrea dijo...

Sabes? Acabo de releer esta historia....y aunque igual no es lógico, he sentido cosas nuevas...gracias ÉL, por todo!!

Él dijo...

Es normal sentir cosas nuevas al leer cosas de hace tiempo. Uno pasa por diferentes épocas de su vida y ve las cosas de distinta manera.
¡Gracias por seguir confiando en nosotros!
Él.